De repente te encuentras pensando en tus últimos años de vida. Los repasas
mentalmente uno a uno, sin olvidar cada momento, cada detalle que, aunque
pequeño, ha marcado tu vida para siempre. Ves cómo vas creciendo. Cómo va
cambiando tu aspecto físico e intelectual. Lenta y rápidamente. Porque no hay
nada más rápido que el paso del tiempo. Y casi sin darte cuenta, llegas al
presente. Al día que un día fue lejano, y que hoy está a punto de quedar en el
olvido. Anclado en el pasado. Y te das cuenta de que te queda toda la vida por
delante. Te ves joven, inexperta en casi todos los sentidos de la vida,
inocente, alegre, esperanzada, ilusionada, ¿enamorada de la vida? Puede ser. Lo
que sabes a ciencia cierta es que ese desconocido que sin comerlo ni beberlo ha
aparecido en tu vida (y que posiblemente no tarde mucho en marcharse de ella)
tenía razón. Sigues siendo una niña. Una niña con la cabeza llena de pájaros y
millones de sueños por cumplir en toda la vida que te queda por delante.
Doy gracias a ese desconocido por devolverme a la realidad, de la que espero
tardar mucho en salir. Porque no hay peor error en la vida que creerse una
mujer cuando sólo eres una niña…
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