27 octubre, 2013

Rota, como sus ilusiones

     Se levantaba cada mañana sin un motivo para sonreír, con la esperanza de que alguien se acordase de darle los buenos días; con la ilusión de que alguien se percatase, simplemente, del hecho de que también se había despertado.

     Con el frío en los huesos, y el aval de la oscuridad de la noche que cubría sus sueños, se levantaba de la cama para admirar en el espejo la palidez de su cara y el vacío que rodeaba las hundidas cuencas de sus hermosos ojos color azabache. Testigos incondicionales de las lágrimas de tinta y sangre que bañaban la almohada, aún húmeda de la noche anterior.

     Hacía tiempo que el viento se había llevado sus ilusiones, sus alegrías, sus sonrisas. Las esperanzas que un día puso en lo que podría haber ocurrido, y que, sin embargo, quedó atrapado en el tiempo, sin comienzo ni final. Como un sueño que comienza en una calurosa noche y desaparece al llegar el alba, borrándose de su memoria. Pero la memoria es caprichosa, y aquel sueño había querido conservarlo, sin final, sin principio, pero con todos los detalles. Atrapado en su cabeza como una mota de polvo en una partícula de aire.

     Y eso era ella. Aire. Aire atrapado en una oscura habitación, que no se atrevía a salir por si la luz del sol la quemaba, con la misma facilidad que hacía desaparecer los rayos plateados de la luna cada mañana. Por miedo a que sus ilusiones volviesen a enredarse entre sus rizos, convirtiendo sus sueños en realidades, y sus realidades en pesadillas, para después deslizarse hasta el suelo por el abismo de su espalda, con la similitud de una lágrima por su mejilla, y una vez allí romperse.

     Y así pasaba los días. Escuchando el repiqueteo inexistente de la lluvia cayendo sobre los cristales, e intentando recomponer los pedazos esparcidos por el suelo de sus ilusiones rotas y descoloridas. Porque para ella todo eran días grises, tristes y de tormenta dentro de su habitación, aunque afuera el mundo resplandeciese con los dorados rayos de un espléndido sol.

22 octubre, 2013

El Faro (II)

Un tiempo después…

     La luz de la luna sobre el mar bañaba sus cabellos mecidos por el viento, dando a su color azabache unos destellos platinos que resaltaban las delgadas líneas de sus rizos.
     Sobre el acantilado, el Faro, cuyos intermitentes rayos de luz se mezclaban con los claros de la luna entre las olas. Esto creaba un aura a su alrededor que le hacía asemejarse al ángel de la guarda con el que todos alguna vez en nuestra vida hemos soñado. Tal vez si hubiésemos afinado un poco la vista, nos hubiésemos percatado de las dos manchas oscuras que marcaban la parte superior de su espalda. Tal vez hubiésemos podido vislumbrar, con la ayuda de la luna, que de esas dos manchas parecían surgir dos enormes formas de un blanco casi transparente, que la resguardaban desde lo más alto de su cabeza hasta los pies.
     Bajo la sedosa tela color marfil podían apreciarse las suaves líneas de su cuerpo, marcando los abismos de su espalda y de sus piernas. Dibujando su esbelta silueta salpicada de las tímidas gotas de agua que abandonaban el mar para formar parte de su vestimenta por un corto plazo de tiempo.
     Suavemente la brisa del mar iba rodeando y acariciando su cuerpo, al tiempo que la luna se reflejaba en sus pupilas. Un vacío de paz y tranquilidad se asomaba a las oscuras cuencas de sus ojos, resaltando la palidez de esas mejillas un día sonrosadas.
     Poco a poco, el viento susurrante bajo la dirección del Faro que la había atado para siempre a él y a la isla, le iba rebelando los secretos de aquella noche. Sus últimos recuerdos, de los que ella no había sido consciente. Primero, el chirrido de la enorme puerta de roble al abrirse, después de tantos años anclada a las paredes de la majestuosa estructura; la oscuridad del interior, rota sólo por un tímido rayo de sol que se filtraba entre dos de las rocas que ocupaban sus puestos en la parte alta de la pared; la también oscura y corrompida escalera, que se perdía en las alturas; sus pasos arrastrados sobre los débiles escalones a punto de desintegrarse por el uso y el paso del tiempo; el latigazo del aire helado sobre su cara, despeinando con furia sus oscuros rizos en las alturas; el platinoso destello de la luna, ahora un poco más cercana, alargando su sombra sobre las rocas del acantilado; la hipnotizadora melodía del mar rompiéndose en burbujas de espumas bajo sus pies; el silbido del viento en sus oídos, complementando a la fuerza atractiva de la gravedad; el fuego de las heridas abriendo paso a la calidez de su sangre; sus músculos agarrotados al tiempo que la purificadora agua del mar acolchaba el sonido de sus huesos al romperse…
     Y después silencio…

     Tranquilidad…

     Paz…

     A los pies del Faro, un último suspiro escapa al abismo de sus labios, regalando al viento su juventud, su vitalidad, su belleza, su vida…
    

     Convirtiéndola en eterna al ritmo de las olas…  

19 octubre, 2013

Sonríe, bonita

     Sonríe. Porque ni el Sol mismo merece una sola de tus lágrimas.

     ¿Acaso no te has fijado en las comillas que se forman en el comienzo y el final de tu boca cada vez que la curvas hacia arriba? ¿No te has dado cuenta acaso del reflejo de luz que aparece en tus pupilas color avellana?

     Cuando sonríes, sí. Cuando sonríes un haz de luz te envuelve, y estoy segura que incluso los pájaros del parque lo notan, porque siempre que veo tu sonrisa, ésta va acompañada de una suave melodía.

     ¿No has visto cómo aumenta la luz fogosa del Sol saliendo de detrás de las nubes cada vez que una sonrisa asoma al abismo de tu boca?

     Tal vez no te hayas dado cuenta, pero a medida que las lágrimas en tus ojos aumentaban, las nubes han ido apareciendo y el Sol se ha retirado.

     ¿Vas a permitir que alguien ensucie el Sol de tu mirada?

     No, bonita. Sonríe. Sonríe para que ese Sol vuelva a brillar y a iluminar cada milímetro que te rodea. Porque las lágrimas son bonitas, pero con una de tus preciosas sonrisas en la boca.

09 octubre, 2013

De Problemas y Esperanzas

"Equis al cuadrado menos cuatro equis más la raíz cúbica de ciento cuarenta y siete..."

     La niebla cubre todo cuanto puede verse desde la ventana, como un signo incondicional de que el otoño ha llegado a la ciudad, a la espera de los días en los que el asfalto helado se vea inundado por la inmaculada nieve.

     Un rayo de sol consigue colarse, no sin esfuerzo, entre las partículas húmedas del aire, y se filtra por la ventana arrojando un destello de luz y esperanza a la habitación. Iluminando la profunda mirada color caramelo del chico del pelo rizado, que, entre sueños y problemas, tiene la esperanza de volar libre algún día. Como el pájaro que se mece y pía sin preocupaciones en lo alto de la rama del frondoso árbol de hoja perenne.

"... y ahora nos queda en el denominador equis menos raíz de dos, ¿bien?"


04 octubre, 2013

"Pasado de moda"

     ¿No es un poco triste que los sobres últimamente sólo hayan quedado para transportar papeles con malas noticias y deudas de parte de estafadores y mentirosos con cara de buenos amigos?

     A lo mejor soy un poco dura con mis palabras, pero son tantos los suspiros y los dolores de cabeza que cubren el mundo cada vez que se abre un sobre con una fría carta dentro, que me llena de nostalgia pensar que un día esos mismos sobres nacarados albergaron emociones, sentimientos, esperanzas, sueños, palabras alegres y palabras dolorosas escritas de puño y letra por personas que escribían con el corazón, con el papel y la tinta como la única forma de expresarse y de hacer llegar sus palabras y sentimientos a personas cercanas y queridas.

     La frialdad se ha apoderado de los sobres, y ahora transportan casa por casa palabras carentes de sentimientos, que se repiten una y otra vez sin tener en cuenta a quién van dirigidas. Eso no importa, lo importante es que cumplas con las órdenes que se especifican en la carta, y que después tires el sobre. Total, una vez cumplida su tarea de transporte ya no sirve para nada. Podrían enviar las cartas sin sobre. Sería lo mismo.
   
     Pero, ¿qué hay de la emoción contenida de mi abuela cada vez que esperaba que el cartero llamase a su puerta con una nueva letra que le diese noticias de mi abuelo, al cual hacía meses que no veía? ¿Qué hay de la esperanza contenida de que la carta albergase buenas noticias durante los escasos dos segundos que tardaba en despegar la solapa superior del sobre? Había tanto sentimiento en esa acción... Y ahora a nosotros (las "tristes" nuevas generaciones) nos parece tan anticuada, tan irrelevante, tan pasada de moda...

     ¿Y qué hay de las lágrimas de emoción derramadas sobre el papel? Esas que dejaban borrones de tinta por todas partes, pero que eran incontenibles, y que hacían llorar al receptor como lo había hecho el remitente al ver la mancha seca sobre las líneas.

     ¿Y los fardos de cartas atadas con un lazo que se escondían en el fondo de un armario viejo? Después de décadas en el olvido te topas con uno de esos y aún eres capaz de sentir lo que sentía la persona que lo escribió en su momento, y de llorar con los recuerdos que encierran los sobres perfumados. Eso no ocurre con los correos electrónicos ni con los mensajes de texto. A mí al menos no.

     Y ardo en deseos de escribir una de esas emotivas cartas alguna vez en mi vida. Una de esas de puño y letra, con tantos tachones como sentimientos entre sus líneas. Una carta en la que quede al descubierto mi corazón entero, dibujado con una bonita caligrafía. Pero, ¿a quién enviársela? Si me tomarían por loca y, posiblemente, me responderían a los dos segundos de leerla con un breve mensaje de texto...