Y es al alejarse de la estación cuando abres los ojos, te das de cuenta que no era un sueño, que el tren en realidad ha pasado a pocos centímetros de ti, casi rozándote, y te maldices por no haber estado lo suficientemente despierto para saltar a ese tren, en marcha y sin pensarlo dos veces.
En la oscuridad y el silencio de la estación vuelves hacia ti tu pensamiento, hacia ese tren, esa oportunidad perdida, mientras el humo de la locomotora se lleva consigo tus sueños, tus esperanzas, todo aquello que (crees) te faltaba en la vida para ser feliz, para sentirte vivo, comprendido y completo.
Sin embargo, el viejo reloj de la estación te devuelve a la realidad. Es imposible parar el tiempo, y mucho más hacerlo retroceder. Tu oportunidad ha pasado, y no has sabido verla ni escucharla. Ahora sólo te queda una opción que elegir...
Correr.
Correr como no has corrido nunca para llegar a la próxima estación, justo a tiempo para saltar a ese tren. TU tren. Porque tal vez no vuelva a pasar nunca por tu estación a buscarte, pero nada ni nadie te ata para que no puedas ser tú quien vaya en su busca.
Corre, aún estás a tiempo...