11 septiembre, 2013

(Casi) Cruce de Caminos

     Ella caminaba sola. Paso corto. Vista larga, perdida, y su mirada tropezando con las piedras bajo la suela de sus zapatillas de deporte. La ciudad pasaba por su lado, tan lejana y tan amiga, esperando un gesto suyo para acogerla. Con las puertas de sus murallas abiertas para recibir a la princesa, entre cláxones estruendosos y un aire cargado de humo y contaminación. Y ella tan ajena, tan cansada de andar levantando la cabeza y sonriendo. Mirando, sin ver, a esa ciudad tan desconocida para ella como su propia vida. Impasible e insensible ante cualquier estímulo exterior. Sólo Green Day, escapando de sus auriculares y taladrando sus oídos, era capaz de hacerse un hueco en su pequeño mundo. Un mundo de sueños cumplidos y por cumplir que, hacía tan solo unas horas, se había desvanecido, dejándola sola y rota en aquel parque gris y solitario. Aquel parque que ahora suponía el principio de su camino hacia ninguna parte. Aquel parque del que ahora era una simple hoja caída entre tantas. Una hoja que veía cómo el hermoso gorrión que un día acarició sus fibras con sus plumas se alejaba de aquel parque para no volver. Una hoja que sólo podía sentir el peso de aquella lágrima deslizándose sobre su mejilla, como la gota de rocío que llenaba las mañanas del mes de mayo...

                                                                                                                                        

     Él caminaba solo. Paso largo, enérgico. Vista corta, y su mirada fija en la reluciente pantalla de su nuevo Smartphone, mientras termina de teclear la última letra de un mensaje. Ya no recordaba de dónde venía ni a dónde se dirigía. Caminaba por caminar, sin rumbo fijo, sintiendo la ciudad bajo sus pies. Lo hacía a cualquier hora del día, siempre que le apetecía (siempre), y cada vez por calles diferentes, deseoso de ir poco a poco descubriendo los secretos y misterios que se escondían tras cada esquina, tras cada puerta, y bajo cada piedra de la todavía sin asfaltar zona antigua de la ciudad. Era su preferida, y le gustaba inventar mil y una historias sobre aquellas calles y las gentes que un día las habitasen y paseasen por ellas como él hacía ahora. Historias que se perdían en el viento, pero que él sabía que algún día unos oídos como los suyos las escucharían al pasear por esas calles. De vez en cuando cerraba los ojos, sintiendo cómo el viento acariciaba sus sonrosadas mejillas de niño pequeño, antes de enredarse en sus rizos color caramelo. Escuchando al mismo tiempo las historias susurradas por el viento con el lejano eco de la ciudad viva en movimiento. Y después abría los ojos, y lo veía todo más claro, y saludaba con una sonrisa a cada persona con la que se cruzaba, inventando historias sobre quiénes eran, de dónde venían y hacia dónde se dirigían...

     Y entonces apareció. El paso de peatones. Muñequito en rojo. El mundo se detiene. Él por la derecha. Ella por la izquierda. Él la vio. Ella examinaba las perfectas rayas pintadas sobre el asfalto. Muñequito en verde. De nuevo el mundo en marcha. Él la miraba. Ella levantó la cabeza. Sus miradas se encontraron durante un breve instante, y una estrella cruzó el firmamento de la joven noche otoñal. Ella siguió caminando y agachó la cabeza. Él se giró y la siguió con la mirada, inventándole una historia en dos segundos. Y después, cada uno continuó su camino hacia ninguna parte...

2 comentarios:

  1. Lo primero que quiero decir es que esta entrada me ha enternecido de una forma increíble. Está bien escrita y me siento identificada con 'Él', por la forma en la que inventa historias en una ciudad a la que ama, como a mi me ocurre con Madrid. Y sin embargo, ella es la chica triste a la que inventarle un cuento a su medida.

    Creo que las historias hechas para chicas tristes son las más bonitas, pero esto sólo es un pensamiento en voz alta.

    Te animo a seguir escribiendo, lo haces muy bien.

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    1. Me animan mucho tus palabras, María. La verdad es que la entrada me salió un poco melancólica, pero supongo que a veces la belleza está en las historias tristes. Sigue soñando y escribiéndole a Madrid, y ya verás como algún día la ciudad es tuya.
      Gracias por tus palabras, de verdad.

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