30 mayo, 2018

Brújulas

Ahora que por fin las tormentas parecían haberse quedado sin electricidad que descargar sobre mi pecho. Que las negras nubes que cubrían el cielo se alejaban a cubrir otros cuadrantes.

Ahora que los rayos del sol volvían a atravesar las rendijas de mis persianas, colándose en mis sueños y acompañándome a la ducha. Que el tacto de la espuma recorriéndome la espalda no me recordaba la corriente que me arrastraba, con furia, río abajo, golpeándome sin piedad contra las rocas.

Ahora que los pájaros comenzaban a abandonar sus nidos y a volar en libertad entre los árboles. Que también las flores rompían sus cascarones para abrirse paso entre la oscuridad de una atmósfera de por vida contaminada.

Ahora te veo alejarte, con mi mirada fija en tu espalda, mientras giras la cabeza para comprobar que sigo aquí plantada, en la esquina donde nos conocimos. Y el brillo en tu mirada va desapareciendo a cada paso que das, aumentando la distancia que nos separa. Y sobre tus ojos vuela por un momento un atisbo de duda.

Como si yo tuviera la respuesta a tus preguntas...
Como si yo pudiera de un soplo ordenar el caos de tu cabeza...
Como si yo pudiera abandonar mi esquina y correr a buscar tu boca, y derretir la escarcha de tus brazos con el roce de mi pelo...
Como si yo pudiera matar tu futuro por mantenerte en mi presente...

No tengas miedo de alejarte, de seguir caminando con paso firme en la dirección que hoy marca tu brújula.

A tu corazón he dejado atada, sin que te dieras cuenta, la cuerda que llevo anudada a la muñeca.

Esperando el día que mi brújula se alinee con la tuya para poder ir a buscarte.

28 mayo, 2018

Mariposas



Anoche soñé contigo.
O no.
No me acuerdo...
Eras tú, pero con otro cuerpo y otra forma.
Y no era un sueño como los anteriores. No. Era distinto. Casi una pesadilla...
   
     Era de noche. Había estrellas en el cielo, y hacía frío. El cielo estaba precioso, por cierto. Había árboles también, y una fuente con agua congelada que no mostraba mi reflejo. Y silencio, mucho silencio. 
     Y de repente apareció una sombra. Así, por sorpresa y entre los árboles. Una sombra normal, como el resto de sombras que nos rodean. No consideré que fuese especial. Ni siquiera me produjo escalofríos...          
     Hasta que se dio la vuelta. No me había percatado de que estaba de espaldas, pero cuando se dio la vuelta algo en ella llamó mi atención. Sus ojos. No eran unos ojos cualquiera. No. Éstos sí que eran especiales. Esos ojos grises que me miraban a cada paso que daba. Esos ojos que no se cansaban de mirarme fijamente cada vez que yo aparecía al alcance de su mirada. De TU mirada. Porque te disfrazaste de sombra y te ocultaste entre la noche, pero yo te reconocí. Por tus ojos grises. Esos ojos que tanto me gustaba mirar fijamente (y que me mirasen). Me miraste, como lo habías hecho tantas veces antes. Pero mi reacción fue diferente. 
     Sorprendida, me di cuenta de que esos ojos grises, esa mirada, ya no significaban nada para mí. Y al girar la cabeza hacia la fuente la vi llena de mariposas. Mariposas muertas. Y comprendí que eran mías. Las mariposas de mi estómago, ésas que se despertaban cada vez que mi mirada se cruzaba con la tuya, ésas, habían muerto. Ya no volverían a revolotear cada vez que pasases por mi lado, ni cada vez que tu aliento rozase mi pelo. Ya no, porque habían muerto. Y entonces sentí miedo, y sentí que la vida me había abandonado, como a mis mariposas.

Después desperté.

Un rayo de sol entraba por mi ventana. Estaba amaneciendo, y en mi habitación no había rastro de mariposas ni de sombras de ojos grises. Pero por fin comprendí que te habías ido de verdad, que habías matado a mis mariposas, y que yo no tenía culpa de eso. Ya solo eres eso en lo que te convertiste en mi sueño, una sombra de ojos grises. Una sombra de mi pasado que dio luz a mi vida de la misma forma que se la quitó.

Pero el sol sigue brillando. Tú no eras mi única fuente de energía. Y ya llegará el día en que alguien se atreva a recoger mis mariposas y a construirles nuevas alas. 





17 mayo, 2018

Dímelo bajito...

Dímelo bajito, al oído.

Con suspiros que estremezcan 
las negras nubes del cielo,
y acompañen a las rosas
que en mi jardín florezcan.

Dímelo suave, entre besos.

Entre versos que se cuelan
de tus labios a los míos,
como lo hacen en sus nidos
los pájaros que vuelan.

Dímelo lento, con las manos.

Con el frío de tus dedos
paseando por mi espalda,
y el calor de tu caricia
dibujándome los sueños.

No me digas que me quieres,
que me recordarás
mientras no estés a mi lado.

No me digas que me esperas, 
allí donde el destino
tenga pensado aparcar tu tranvía.

Sólo deja que la luna
haga eternos nuestros sueños.
Deja que la luna
inmortalice este momento.

Y susúrrame al oído,
bajito,
             suave,
                          lento...

Que algún día,
de algún año,
cuando ya las flores no florezcan
y los pájaros no vuelvan a sus nidos,
volverán a cruzarse,
tras otros dedos y caricias,
nuestros caminos.




10 mayo, 2018

Dame tu mano

Dame tu mano

Agárrala fuerte
No te sueltes
Yo no te soltaré

No tengas miedo de saltar
Estoy a tu lado
No lo olvides

Abre los ojos
Quítate la venda

Ponte el corazón delante
Muéstralo en el pecho
No lo escondas a la espalda
El mundo quiere verlo
Y yo estoy esperando

Dame tu mano
Camina

Vamos juntos al lugar donde empezó todo
Al lugar donde dejaste un pedazo de ti
Al lugar donde aprendiste a tapar la herida

Vamos juntos, de la mano

Verás que esa herida que recuerdas
ya no necesita de vendas ni tiritas

Verás que está curada

Te queda mucho por vivir
Y por andar

Dame tu mano

03 mayo, 2018

¿Y con las decepciones, qué?

A veces las cosas en la vida no salen como esperamos

Nos quejamos del paso del tiempo, del cambio de las personas. Creemos vivir cada día al límite, y desperdiciamos nuestras cortas horas de vida con cosas que no tienen ninguna trascendencia y con personas que, en lugar de llenarnos, sólo nos ponen una etiqueta para hacernos creer lo que no somos en realidad. Día tras día, una y otra vez, y en resumidas cuentas nuestras vidas pasan sin observar el más mínimo atisbo de cambio y desarrollo.

Reímos, bailamos, cantamos, nos abrazamos, lloramos...
Y nos decepcionamos.

Porque vivimos con la cabeza puesta en lo que queremos que el resto de personas sean, en lugar de abrir los ojos, acercarnos despacio, asomarnos tímidamente por un agujerito y descubrir cómo son las personas que nos rodean en realidad.

Y no nos decepcionamos porque tengamos grandes expectativas, sino porque ponemos nuestras esperanzas e ilusiones en cosas que ni siquiera sabemos si son posibles de realizar.

Qué fácil sería todo si el viento no nos sorprendiera nunca de cara, haciendo saltar las lágrimas de nuestros ojos y alborotando nuestros cabellos. Qué bien se vería la vida si el sol saliera cada mañana a despertarnos y si fuese suficiente con soñar a la luz de la luna para que nuestros sueños se cumpliesen. Todo sería más fácil si fuésemos perfectos y si supiéramos la forma correcta de actuar en cada momento de nuestra vida.

Una vida con manual de instrucciones.

Sin embargo, no lo somos. No somos perfectos, y no sabemos cómo hacer que los cimientos de nuestros castillos no se caigan cuando sople un vendaval, y tampoco sabemos cómo huir de la decepción.

Y nunca lo sabremos.

Porque de las decepciones no se huye, las decepciones se afrontan y se aprende de ellas, porque son imprevisibles e inevitables. No podemos evitar decepcionarnos con cosas, lugares e incluso personas, porque en lugar de conformarnos con lo que tenemos, siempre queremos y buscamos más, y ponemos nuestras esperanzas en cosas y en personas a las que idealizamos, en vez de afrontar nuestra pequeñez y ver a cada persona y a cada cosa como realmente son, y no como nosotros queremos que sean.

Es difícil salir de esa zona de confort en la que todos vivimos ciegos y felices, pensando que el mundo gira a nuestro alrededor y que todo en él está hecho a nuestra justa medida. Pero por muy difícil que sea, debemos afrontar la inseguridad y salir de allí corriendo, lo más rápido que podamos, antes de que el Señor Egoísmo nos devore entre sus dientes lentamente. Porque hace ya bastantes siglos que una mente privilegiada se atrevió a salir de su zona de confort, a mirar más allá de sus narices y a decir que la tierra no era el centro del universo, y que no somos más que un pequeñísimo punto perdido en la inmensidad del espacio.

Pues bien, afrontemos que no somos más que un punto, y que no hay puntos más grandes y puntos más pequeños, ni puntos que giran alrededor de otros puntos. Simplemente somos como los granos de arena que la brisa seca del mar hace volar en las noches cálidas de verano.

Dejémonos llevar por el viento, disfrutando de lo que cada nuevo día ponga a nuestro alrededor. Objetos, lugares, ilusiones, pensamientos y personas de las que tenemos que intentar conocer lo máximo posible y disfrutar en el menor tiempo posible, porque no sabemos cuánto tardarán en cambiar los vientos y cuánto tiempo nos acompañarán en nuestro caminar.

No podemos ser capaces de controlarlo todo, y ni siquiera deberíamos pensar en la posibilidad de hacerlo, porque es imposible, y creer en imposibles siempre llevará a decepciones. No podemos evitarlas, porque siempre habrá algo a nuestro alrededor que nos va a decepcionar. Pero eso no significa que no sea para nosotros, o que esa persona ya no quiera seguir viajando a nuestro lado. Simplemente significa que nuestros vientos han cambiado sus direcciones y que ya no soplan a la par.

¿Y por qué no, en lugar de guardar rencor a esa persona, comprendemos que viajamos en distintas corrientes de viento? ¿Y por qué no, en lugar de dar más importancia a este hecho que nos hace diferentes, intentamos acentuar las cosas que nos unieron cuando viajábamos juntos? ¿Por qué nos empeñamos en ir en contra del viento y en buscarle la quinta pata a la silla, en lugar de disfrutar de las cuatro que podemos ver con certeza que son existentes y que nos proporcionan la seguridad que necesitamos?

Las cosas no pueden salir siempre como uno quiere, porque no depende de él, sino de la dirección en la que sople su viento. Y si nos decepcionan las personas que viajaron con nosotros y de repente ya no están, no pongamos el acento en nuestra única diferencia, pongámoslo en aquello que nos hizo ser felices junto a esa persona, en las cosas con las que disfrutábamos y en aquello que nos hacía similares y que nos unía. Porque esa será la única forma de que nuestros vientos puedan volver a soplar a la par, y la única forma de volver a disfrutar con esa persona cuando el momento de volver a cruzarnos llegue.

Podemos sufrir muchas decepciones en nuestras vidas, pero si no las afrontamos, jamás dejaremos de sufrir, y jamás dejaremos de perder grandes momentos con grandes personas. Todo depende de nuestra forma de afrontar las decepciones, y de la fuerza que hagamos para que nuestro viento sople en una u otra dirección.