27 enero, 2014

Versos en las nubes

Ahora sí. Te has ido.
Te has marchado silenciosamente, sin despedirte, como tantas otras veces. Pero siento que esta no es como las demás. Hemos pasado mucho tiempo al borde del acantilado, salpicándonos de espuma y resbalando de vez en cuando, y ahora ya no estás a mi lado. La corriente ha debido arrastrarte, sin que hayas podido hacer nada para evitarlo, para intentar que las furiosas aguas no te apartasen de mí. O tal vez hayas encontrado un lugar mejor donde descansar. Sé que el acantilado no es lo mejor del mundo, pero llevo demasiado tiempo aquí, viviendo entre la luz del faro y de la luna, entre la vida y la muerte, con las olas arrancándome suspiros a cada gota, y me da pena abandonarlo todo ahora. No sé si sabría vivir fuera de este caos... A lo mejor debería haberte advertido cuando empezaste a acercarte a mí, pero temía que te asustases y que huyeses sin conocerme... Perdóname...
Mi única esperanza queda en que no te hayas ido por tu propia voluntad. No podría soportar la idea de que hayas preferido suicidarte a quedarte conmigo. Pero mi cabeza aún no puede asimilarlo.
¿De verdad te has ido? ¿De verdad esta vez no va a ser como antes, cuando me dejabas rota y abandonada y después volvías para reconstruirme? ¿De verdad cuando vuelva la vista atrás ya no voy a toparme con tu cálida mirada y tu imperfecta sonrisa?
En el fondo sé que me estás brindando la oportunidad de volver a ser libre, de volver a vivir por y para mí, sin preocupaciones, sin temores, sin ilusiones por el suelo, pero con mil y un sueños por cumplir. Pero se me hace raro ver tu silueta en la lejanía, y pensar que tu mirada ya no se volverá a posar en mis ojos, ni en mis labios, deseosa de respuestas. Se me hace raro verte aparecer por la puerta y, aún sabiendo que ya no soy la primera a la que buscas, tener que reprimir esa sonrisa que sale sola, por inercia.
Quién sabe, a lo mejor algún día yo también me atrevo a saltar del acantilado y a dejarme arrastrar por la corriente... De momento me sentaré a esperar a la Luna. Creo que esta noche va a ser mi única compañera, y espero que al menos quiera escucharme.
Y si por alguna razón tus ojos se topan con estas inconexas líneas, espero que mires atrás, y que todo lo que veas sean las hermosas cenizas de lo que pudo ser, pero por cobarde no fue.
Mientras tanto yo estaré aquí, escribiendo(te) besos versos en las nubes, para que si algún día, en algún futuro nos volvemos a encontrar, podamos mirar al cielo y leer en él las instrucciones del juego en el que un día entramos sin precaución, como los locos aventureros que fuimos, somos y algún día dejaremos de ser...

14 enero, 2014

Para Princesas con Monstruos

     Enormes palacios, lujosos vestidos, largas y sedosas melenas rubias, hermosos ojos azules, bailes a media noche, calabazas que se convierten en carrozas, príncipes azules cabalgando sobre blancos corceles...
     Todo esto, entre mil lujos y fantasías más, son las cosas "cotidianas" que, desde pequeñas, vemos que poseen las princesas. Todas soñamos, desde nuestra inocencia, con llegar a ser princesas algún día, y fantaseamos al imaginar el hermoso rostro del valeroso príncipe que se atreverá a derrotar a todos los dragones del mundo para llevarnos a su castillo de ensueño y casarse con nosotras.
     Sin embargo, existe otro tipo de Princesas. Tal vez no las hayas oído gritar desde lo alto de una torre encantada pidiendo auxilio, ni lucir una reluciente corona mientras paseaban en un gran carruaje.
     No. Estas princesas son diferentes. Son princesas sin cuento, sin grandes lujos ni ostentaciones, sin hadas madrinas que solucionen todos sus problemas. Son princesas de la vida real, de las que pasan desapercibidas a los ojos del mundo, con un ejército de dragones bajo la cama y sin príncipes que las protejan. Y es que tampoco los necesitan. Han aprendido a defenderse por sí mismas. La vida les ha enseñado cómo hacerlo, y si no me crees, búscalas. Tal vez no te hayas dado cuenta, pero seguro que tienes una princesa más cerca de lo que piensas.
     No la busques con el resto, hace mucho que huyó de las mentiras y los bailes de máscaras, y que empezó a compartir su día a día con la soledad de su incomprensión. Búscala allí donde nadie va, en la oscuridad de un pasillo solitario, al fondo de una biblioteca, detrás de un libro, admirando cualquier tipo de obra de arte, o perdida en algún parque intentando arrancar a las nubes todos los suspiros que le han robado, de espaldas al mundo.
     Búscala, la encontrarás, y posiblemente la encuentres en plena batalla. Si tienes suerte, tal vez la encuentres en una de esas habituales peleas en las que intenta dominar a sus monstruos, con la única ayuda de su valentía incurable y de su arco, disparando flechas emponzoñadas con irregulares versos, palabras mudas y sordos sentimientos.
     Y si cuando la encuentres eres capaz de ver más allá de la infinidad de su mirada vacía y de la sonrisa triste que adorna su cara, y si consigues distinguir entre el rosado de sus mejillas el rastro que las lágrimas de tinta han dejado con el paso del tiempo... Entonces...

¡ENHORABUENA!

Has encontrado a tu Princesa...


Esta entrada está dedicada a todas aquellas Princesas sin corona, ajenas al mundo que a veces les da la espalda, y sin sapos a los que besar para que se conviertan en príncipes. A todas aquellas Princesas de ojos tristes y sonrisas rasgadas, que ni siquiera ellas saben lo que son. A todas las que día a día luchan por dominar a sus monstruos antes de verse dominadas, y a las que, soñando despiertas, susurran a las nubes y encuentran en la Luna su más fiel confidente. 
No sufráis, Princesas. Sonreíd. Porque, al fin y al cabo, ¿quién necesita un príncipe teniendo un bosque lleno de aventuras por delante, y un arco para sobrevivir en la mano?

05 enero, 2014

Renacer

     Una gota de agua se desliza lentamente sobre la suave curva que constituye la infinidad de su inmaculada espalda, y un escalofrío recorre como un latigazo su cuerpo de arriba a abajo. De espaldas al espejo, se despoja de la pequeña toalla que cubre su piel morena, dejando al descubierto sus poco pronunciadas curvas femeninas, y seca con ella sus alborotados rizos castaños. Ese gesto siempre la relaja, y se toma su tiempo para desenredar su cabello con cuidado, esparciendo a su alrededor el perfume a flores silvestres de su champú.
     De fondo, los primeros acordes de The Scientist comienzan a relajar aún más el ambiente de la habitación. Coldplay siempre había sido su colchón en los momentos más duros, había ahogado sus lágrimas, y la había ayudado a serenarse y levantarse cuando sus monstruos amenazaban con atarla a la cama.
     Marcando unos pasos de baile al compás de la música, se dirige hacia su armario, y saca un precioso vestido vaporoso del color del cielo en verano. Está sin estrenar, pero hoy sabe que es un día especial, y merece la pena. Se siente viva, joven, alegre. Ha vuelto a recuperar las ganas de vivir, de ser niña y mujer al mismo tiempo, y hoy nadie podrá disuadirla de sus pensamiento. Por primera vez en mucho tiempo se ha levantado sonriendo, después de una noche sin pesadillas, y en seguida ha sabido que era la señal que estaba esperando para volver al mundo de los vivos.
     Con cuidado, empieza a colocarse un bonito conjunto de ropa interior de encaje. Se lo regalaron por su cumpleaños, y aún recuerda la cara de espanto que puso al sacarlo de la caja. Pero hoy empieza una nueva etapa en su vida, y esas braguitas, aunque sea una idea estúpida, le dan una extraña confianza en sí misma.
     Las canciones se van sucediendo una tras otra en el reproductor, mientras ella termina de vestirse. Conteniendo la respiración, se gira despacio para encontrarse con su reflejo en el espejo. Está preciosa. Estupefacta, se mira varias veces de los pies a la cabeza, fijándose en cada detalle con el que topan sus ojos.
     Sus ojos. Casi no se reconoce en ellos. Las sombras que los rodeaban han desaparecido, y ahora resalta mucho más el color dorado de sus pupilas, en perfecta combinación con el rosado de sus mejillas. La chica triste y apagada que se refugiaba en su habitación ha desaparecido. Todas las lágrimas derramadas la han hecho crecer, la han purificado, la han ayudado a madurar, aunque ahora sí que vuelve a tener 17 años.
     Con paso firme se dirige hacia la puerta. Está nerviosa, emocionada. Parece que ha vuelto a nacer. Está radiante, y lo sabe. Abre la puerta y respira el aire fresco que se cuela, furtivo, hasta el fondo del pasillo, alborotando sus rizos y arrancando en ella una tímida carcajada. Se sorprende al escuchar su propia risa, que hacía tiempo que no aparecía por su vida, y con los ojos cerrados deja que su piel absorba cada rayo de luz.
     Por fin abre los ojos y observa detenidamente la calle. Antes tenía miedo, ahora no. Y con su vestido nuevo, sus rizos al viento y una sonrisa en la cara se decide a dar el primer paso, dispuesta a empezar a recorrer su propio camino y a no desaprovechar la nueva oportunidad que la vida le estaba dando.