El agua del mar rozaba la punta
de sus dedos a cada paso que daba sobre la suave arena color marfil de aquella
playa. Unas olas que vienen, y otras que se van, llevaban un aire de renovación
a aquella solitaria isla.
A su vez, el viento acariciaba sus
mejillas sonrosadas y mecía sus cabellos oscuros al ritmo de las olas, silbando
en sus oídos como si del canto de una sirena se tratase. Todo esto le
proporcionaba un estado de paz y serenidad que la sumía en el profundo silencio
de sus pensamientos, más profundo aún que el silencio de la isla.
No necesitaba pensar. Cada mañana salía a
caminar por la playa, sintiendo la pegajosa brisa del mar sobre su piel y el
agua cristalina bajo sus pies. Necesitaba saber quién era, de dónde venía y,
sobre todo, a dónde quería llegar. Ese era el motivo por el que había escapado
a esa solitaria isla, ya que sólo podría encontrarse a sí misma disfrutando del
silencio de su soledad.
A lo lejos se divisaba el faro,
recortándose sobre el horizonte. Alzándose altivo sobre el mar, a la espera de
algún barco que se atreviese a encallar en su puerto. Durante años había
desarrollado su función de guardián de la isla sobre aquel acantilado, y ahora,
abandonado, se encargaba de atesorar todos y cada uno de los secretos que la
isla le había revelado. Todos y cada uno de los secretos que las personas que
lo habían visitado, habitado o mirado habían ocultado entre las rendijas de su
fuerte estructura.
Cada día ella lo observaba, en la lejanía,
intentando descubrir el motivo que tenía para seguir allí, de pie. Intentando
descubrir por qué, después de tantos años de soledad, aún no se había deslizado
hacia el mar en busca de libertad. Por qué no había abandonado la isla. Tal vez
fuese porque sentía la necesidad de seguir llevando a cabo la tarea que le
había sido encomendada. Aunque inútil, iluminar la isla era lo único que sabía
hacer, lo único para lo que había sido contraído. O tal vez disfrutase con el
roce y el silbido del viento entre sus hierros, porque, aunque no lo parezca,
un faro puede llegar a tener más sentimientos que mechas personas. Posiblemente
sólo estuviese allí por la necesidad de mantenerse fiel a la isla, como el
perro que es fiel a su amo, ya que era todo lo que le quedaba.
Aquel faro, como ella, solitario era lo
único que le hacía compañía, y por ello pasaba horas sentada en la playa,
observando su silueta entre las nubes. Admirándolo, sin atreverse a acercarse a él.
Preguntándose todo acerca de su pasado, su presente y su futuro, sin atreverse
a escalar hasta lo más alto de su cuerpo ni a recorrer los recovecos de su
interior. Deseosa de descubrir todas las respuestas a sus preguntas, pero sin
fuerzas para acercarse y sentir su presencia junto a ella y su textura rugosa
bajo las sedosas yemas de sus dedos. Tenía miedo de que, al acercarse, su
compañero decidiese marcharse, o, peor aún, derrumbarse a sus pies.
Pero aquel día era distinto. Había
despertado con la convicción de que el faro la había llamado en sueños,
dirigiéndose a ella a través del viento e invitándola a entrar en su interior.
Le había prometido desvelarle sus secretos y ayudarla a calmar las tempestades
que iban poco a poco arrasando su alma y su espíritu. Aquel día el faro la
miraba, con el viento que la empujaba a subir al acantilado como aliado. Aquel
viento que susurraba en sus oídos y la envolvía en un estado de embriaguez,
haciendo que sus pies se deslizasen sobre la arena como si flotase en una nube.
Ese viento le impedía, al poco tiempo de respirarlo, sentir otra cosa que no
fuese el frescor del aire. No podía ver ni escuchar otra cosa que no fuese
aquel faro llamándola. Todo a su alrededor, la playa, los árboles, todo había
desaparecido. Sólo ella y el Faro, y el estrecho sendero que, ayudada por el
viento, fue lentamente recorriendo. Sus pies no le respondían. Estaba asustada,
quería correr en dirección contraria y refugiarse en su humilde cabaña, pero
por alguna razón no era dueña de su cuerpo, y sus intentos por ir en contra del
viento terminaron agotando sus fuerzas, haciendo que se abandonase a los
caprichos del que había sido su compañero desde que llegase sola a la isla.
Cerró los ojos y siguió caminando, el
viento la guiaba hacia lo alto del acantilado. Sus pies descalzos se iban
cubriendo de heridas y arañazos conforme iba avanzando por el sendero de
piedras y plantas espinosas, secas por la sequía del verano, pero no podía
sentir el más mínimo atisbo de dolor. Su cuerpo ahora pertenecía al Faro, y sólo
sentía lo que Él le permitiese sentir.
Entonces abrió los ojos y se topó con la
enorme puerta de roble del majestuoso faro. La luz había disminuido, debía de estar a punto de
anochecer. Miró hacia arriba y observó la
inmensidad de aquella estructura, con su haz de luz, casi imperceptible a la
luz del día, girando incansablemente, y recortándose sobre el cielo azul. Miró
hacia abajo y vio sus pies ensangrentados por la subida, pero no le importaba.
De alguna forma había vencido sus miedos y había llegado hasta allí, hasta “la
respuesta a todas sus preguntas”, y no estaba dispuesta a dar media vuelta y
marcharse por donde había venido. La robusta puerta estaba entreabierta, como
si hubiera estado esperando su llegada.
Al fin se decidió a posar su mano sobre la
madera para empujar, y cuando lo hizo un torrente de emociones, miedos y dudas
la inundaron. Y de repente, entre las mil mariposas que revoloteaban en su estómago,
distinguió una sensación extraña que nunca antes en la isla había
experimentado. En su interior sentía como si en aquel faro hubiese “alguien”
esperándola, observándola a través de la rendija de aquella puerta. Sabía que
era imposible que hubiese alguien más allí. En las casi dos semanas que llevaba
en la isla no había visto a nadie, y mucho menos en los alrededores del faro.
Dudó durante unos segundos, que pasaron a
convertirse en los más eternos de su vida, entre darse la vuelta y alejarse de
aquel faro para siempre o entrar a explorar y descubrir lo que fuese que la
estaba esperando tras la puerta. De lo que sí estaba convencida era del hecho
de que si la atravesaba ya nada iba a ser como antes. Pero consiguió vencer sus
miedos y temores, y, armándose de valor, empujó la puerta que dibujaba la línea
separatoria entre lo que había sido su vida anterior y lo que sería su vida
tras entrar en aquel faro…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Te gusta lo que lees?
¡No seas tímid@ y déjame tu opinión en los comentarios!