05 agosto, 2014

"I miss you, but I know you don't care"

Te echo de menos, pero sé que no te importa. Ya nada importa.

Cada noche me siento bajo el cielo estrellado, y no sé qué espero encontrar en aquella inmensidad oscura manchada de purpurina. Pero lo cierto es que lo único que encuentro es tu recuerdo.

Una y otra vez, tu recuerdo martilleando mi memoria. Tu sonrisa, tu mirada, tu manera de decirme "No me mires así", y yo preguntándote "¿Así cómo? ¿Cómo quieres que te mire?" Y luego tú de nuevo, respondiéndome con un beso. Tus besos, y la forma dulce que tenías de susurrarme al oído mientras me acariciabas el pelo, como me acaricia ahora el aire fresco de las noches de verano.

Y me tiembla el pulso al escribir estas palabras. Porque después de tanto tiempo aún sigo esperando despertarme con uno de tus "¡Buenos días!", o con una de tus furtivas miradas durante el desayuno, cuando estabas frente a mí y me sonreías, recordando la noche anterior. Nadie a nuestro alrededor importaba. Nadie existía. Solos tú y yo mirándonos y riéndonos.

Y sin embargo sé que ya no importa, que dejó de importar(te) hace tiempo. Para ti ya no soy más que un recuerdo, una aventura de la que ni siquiera hay pruebas gráficas que justifiquen que entre tú y yo hubo algo. Nada salvo estas simples palabras que te dedico a golpe de tinta y lágrimas, sin poder retener la tormenta que empieza a removerse en el fondo de mis pupilas. Palabras que, además, sé que jamás leerás. Porque para ti ya no soy más que un sueño, lejano, que se desvanece con el paso del tiempo, y del que posiblemente dentro de poco ya ni te acuerdes.

Y mientras tú me olvidas, yo me siento bajo las estrellas, cazando estrellas fugaces en las que poder encerrar el estúpido deseo de que tú también estés allí, en la distancia, bajo el mismo cielo y mirando las mismas estrellas, mientras veo cómo Mis Monstruos vuelven a bajar de las nubes para arroparme y matar estas estúpidas mariposas que se despiertan en mi vientre cada vez que siento el roce de tu piel caliente junto a la mía recorriendo cientos de kilómetros camuflado en el viento.

24 junio, 2014

Carta para Bohemios

Esta es una carta para todos los bohemios.

Sí, bohemios.

Todos aquellos que un día se calzan las zapatillas, se cuelgan su mochila y echan a andar. Sin necesidad de saber hacia donde caminan, y olvidando su punto de partida. Porque el destino no importa (a veces ni lo encuentran), lo importante es caminar, hasta que duelan los pies y se hinchen las manos. Caminar buscando un aire nuevo dentro de la misma atmósfera, perdiéndose en las mismas calles que patearon cien veces.

Para todos aquellos que mueven los pies mientras vuelan. Que pierden su mirada entre las copas de los árboles mientras se fijan en cada raya que rozan sus pies. Que se paran en una esquina preguntándose si izquierda o si derecha, y siguen caminando mientras el rock desgastado y desconocido de los 80 intenta dejar muda a la voz en su cabeza que no para de gritarle que se vuelva a casa, que no tiene sentido andar hacia ninguna parte por calles desconocidas vacías de gentes con sueños.

Pero no paren, señores, no paren de caminar, porque sí tiene sentido. Un sentido que no todos saben encontrar y que pocos se molestan en buscar en este mundo de individualismos y comodidades.

La esperanza de sentirse vivos.

De sentir que lo que fluye dentro de ti no es simplemente líquido rojo que se mueve al compás de una máquina. De sentir que hay algo más, algo que hace que los pájaros sigan volando hacia ninguna parte y que tus pies sigan queriendo llevarte a aquel lugar que tus ojos nunca serán capaces de ver. De saber, de tener la incierta certeza y esperanza de que al final del camino encontrarás el arco iris, a pesar de que al salir de casa la lluvia haya empañado tus cristales.

09 mayo, 2014

"All you need is... ¿Live?"

Paseaba. Hacía rato que había salido de su casa y que andaba por las calles de su pequeña ciudad sin un rumbo fijo. No iba a ninguna parte y no buscaba nada. Necesitaba escribir, respirar aire limpio, pensar, y su intuición le había hecho levantarse de un salto del sofá, apagar la radio y salir a la calle en busca de tranquilidad e inspiración. No sabía si la encontraría. Hacía tiempo que parecía haberse olvidado de ella, pero siguió buscándola, doblando esquinas, cruzando parques y pateando calles por las que nunca había pasado.

Le dolían los pies. No sabía cuánto tiempo llevaba divagando por aquellas calles, tan cercanas y a la vez tan desconocidas, como un espíritu invisible a los ojos de la gente. Se había perdido en sus propios pensamientos, y cualquiera que la viese pasar de largo diría que vive en otro mundo. Pero no. Simplemente andaba distraída, y a la vez atenta a todo lo que pasaba por su lado, pero sin que se notase.

En su paseo había visto pájaros cantando en las copas de los árboles, niños jugando con sus abuelos en el parque, gente paseando a sus perros, una niña que lloraba de la mano de su madre, un anciano que sonreía de la mano de su mujer inválida, una pareja peleándose en la puerta de una pequeña urbanización, un grupo de jóvenes preparando una fiesta...

Tenía sus sentidos abiertos a todo tipo de estímulos, y lo captaba todo con la fiereza de quien sale a la vida por primera vez después de un largo período de encierro. Buscaba inspiración, y la buscaba en cualquier parte, en cualquier escalón, detrás de cada esquina y tras cualquier sentimiento que sus sentidos le permitiesen detectar.

Y de repente se topó de frente con ella. No la había visto venir y no sabía por donde había llegado, pero la sintió como un latigazo en las costillas, como una chispa de energía provocando un cortocircuito, y su mente se colapsó. La idea había aparecido en su mente como escapando de un cajón oscuro cerrado desde hace años, como el espíritu escapa del cuerpo al que se le ha arrebatado la vida de repente.

Impaciente y temblando por la excitación, buscó un lugar donde sentarse, abrió su mochila, sacó su inigualable boli Bic de tinta azul, y se abandonó a la escritura. Las ideas llegaban a borbotones a su cabeza, y sus palabras no dejaban de fluir, como el agua de un río deseosa de mezclarse con la salazón del océano, sobre el inocente folio en blanco.

Perdió la noción del tiempo. Parecía poseída por una fuerza sobrehumana que empuñaba su muñeca y la hacía bailar sin control, y cuando releyó lo que había escrito incluso se sorprendió de su capacidad para expresar sus sentimientos más hondos de una forma tan sencilla y a la vez tan bella.

Se había deshecho de los Monstruos y los Miedos que le estrechaban la boca del estómago unos días antes. Por fin se había curado, y sus palabras rebosaban vitalidad. No había ni rastro de esa extraña bacteria que se había introducido meses antes en su cuerpo disfrazada de falso amor, y al abandonar la nube en la que había viajado hasta lo más profundo de su alma sin conciencia, levantó la mirada y un enorme muro pintado enfrente de ella le devolvió la sonrisa con 5 palabras:

ALL                   YOU 
  NEED      IS...  

LOVE
                      LIVE  
     

02 mayo, 2014

Aquí, Ahora y Conmigo

Esta noche quiero estar contigo
En mi cama, los dos juntos.

Que me abraces, que me beses
Que me susurres que me quieres
Al oído, sin prisa y sin presiones.

Que me bajes la Luna si hace falta
O te la bajo yo a ti si no puedes.

Que me mires a los ojos
Que me cures las heridas
Que seques mis lágrimas
Y me robes las sonrisas.

Y que no te dé miedo
Mirar bajo mi caparazón
(O bajo mis sábanas)

Que te asomes a mi balcón
Que me cuentes las estrellas
Y me cantes al oído

Porque esta noche, amigo,
Esta noche te quiero

Aquí, Ahora y Conmigo

Con la Luna de testigo
Reflejada en mi ventana.

Y admirarla hasta el amanecer
Los dos juntos, desde la cama
Para huir por la mañana
De la mano, sin agobios.

Dos locos sobre el mundo
De la mano por Madrid.

Y recorrer parques y museos
Y tú me recitas mientras yo te pinto.
O al revés.

Pero eso mañana
Que la noche acaba de empezar.

Date prisa, por favor
No tardes

Que tengo frío si no estás
Y tu sombra me amenaza
Con fugarse con el Sol 
Por la mañana

Si no apareces pronto por mi cama.

30 abril, 2014

Sale el sol, ¿y ahora qué?

     El sol ha vuelto salir, y esta vez parece que quiere quedarse. 
     Cuenta la leyenda que al amanecer se libró una batalla mortal en el celeste del cielo. Que Apolo sacó sus caballos dorados y que luchó contra los ejércitos de nubes grises que cubrían el inmenso campo azul.
     Y yo, que no soy de creer en leyendas, estoy por creérmelo. Porque hoy me ha despertado un rayo de sol, y no la lluvia que golpeaba mi ventana desde hace días. Por eso y porque hace calor.
     Hacer calor, y yo sólo siento el frío en mis pestañas. Un frío que parece no querer abandonar la humedad de mis ojos. Estoy por mudarme a vivir en ellos, porque se debe vivir bien cuando ni siquiera el frío quiere abandonarlos... 
     Al menos en invierno el tiempo iba a conjunto conmigo. Ahora, ¿cómo voy a guardar mi caos interno de los ojos del mundo si el calor me incita a quitarme capas? ¿Cómo podré disimular mi frío interno sin la ayuda de cuellos altos y un jersey de lana? ¿Cómo podré esconder el gris de mi corazón apagado bajo un cielo azul celeste? 
     Por la mañana el sol iluminará mis pupilas. ¿Podrá hacer también que desaparezcan mis nubes de miedos de ellas? ¿Podrá el sol también sustituir a quien fue mi Sol durante el frío invierno?

09 marzo, 2014

No es un "Adiós", sino un "Hasta luego(?)"

     ¿Sabes? No sé cómo ni por qué, pero creo que mi subconsciente por fin ha decidido olvidarse de ti. Vaya, qué contrariedad, ¿no? Y te preguntarás, si te estoy escribiendo, cómo puede ser que me haya olvidado de ti.
     Bueno, en teoría no te he olvidado, porque ¿cómo se puede olvidar algo que amas? Es imposible... Pero no sé si habrá sido el sol, que ha decidido salir a calentarme después de tanto tiempo en penumbras, o tal vez haya sido el almendro en flor que me he encontrado paseando esta mañana. Lo cierto es que, de una forma u otra, por fin he aprendido a vivir sin ti.
     Y es que lo estaba deseando. No podía seguir lamentando haber perdido mis sueños rotos, como tampoco podía seguir intentando construir castillos en el aire para que se derrumbasen a los dos días.
     Un día me dijeron que las cosas que son perjudiciales para la mente había que desecharlas, y, bueno, lo siento, pero tú eras una de esas cosas... No podía seguir avanzando a ciegas, obligándome a creer que si me chocaba contra las paredes del túnel o me caía en un pozo tú estarías allí para recogerme.
     Ya me hubiese gustado a mí perderme por las calles de Madrid contigo de la mano, y partirme de risa en medio del lago del Retiro por no ser capaces de mover la barca del sitio...
     Pero bueno, también me dijeron que las derrotas no se lloran, se asumen, y yo ya he llorado suficiente como para llenar los canales de Venecia al menos dos veces. Así que llegó la hora de dejar paso a la primavera, que ya está cerca, y de dejar que los pájaros puedan volver a anidar y cantar dentro de mi.
    Al contrario de lo que piensas, esto no es una despedida. Simplemente estoy haciendo hueco entre medias de mi caos, y quería que supieses que ya no ocupas el mismo lugar, por si algún día decides regresar y te encuentras tu sitio ocupado por otro, para que no te asustes. Si ese día llega, no dudes en preguntarme dónde está tu nuevo lugar dentro de mí, estaré encantada de mostrártelo. Siempre me ha gustado tratar bien a mis invitados.
    Y, bueno, ahora que ya estás advertido, sí que puedo decir aquello de: HASTA LUEGO (?)

16 febrero, 2014

Los ojos de la Muerte

     Un sudor frío empapaba mi frente, y una gota caía por cada lado de mi rostro, naciendo en el mar que inundaba la parte alta y recorriendo cada centímetro de mi cara, dibujando con un halo salado la línea de mis cejas, bajando por el párpado hasta alcanzar la nariz, donde las dos gotas gemelas se unían en una sola, un poco más grande. Desde ahí bajaban, ya de la mano, hasta mi boca, acariciando mis labios y llenando mis papilas gustativas de ese sabor que caracterizaba a las gotas insípidas de la lluvia mezcladas con la acidez de las gotas de sudor. Esa gota (gotas) había recorrido la cordillera de mi cara, recogiendo toda clase de sustancias y dejando una fina línea casi transparente dibujada a su paso. A esas alturas ya no podía distinguir si el líquido húmedo que bañaba mi cara era sudor, lágrimas o el agua que caía de forma torrencial de las nubes.
     La lluvia caía fuertemente, descargando toda su furia sobre mí en la profunda oscuridad del bosque. Debería haberme percatado de que las lluvias en Abril no eran aún “nubes de verano”, pero en ese momento mis pensamientos estaban colapsados y no quedaba ni una neurona libre en mi cerebro. Todas estaban ocupadas intentando dar órdenes a mis piernas para que no cesasen en la carrera y aumentasen en su velocidad. Otras hacían todo lo posible para disuadir a los músculos de mi cuello de la idea de girar mi cabeza hacia atrás, ya que sabían que mis jóvenes e inexpertos ojos no estaban preparados para afrontar la visión de lo que se suponía que había tras de mí. Sin duda, la naturaleza es sabia.
     A ello se sumaba un viento helado que soplaba en mi contra, como todo en aquella húmeda noche de Abril. Sus soplidos silenciaban mis gritos, y cada vez que abría la boca para coger oxígeno el frío viento entraba en mí, intentando apoderarse de mi voluntad, desgarrándome los pulmones y disminuyendo mis cada vez más débiles fuerzas.
     Aún así sucumbí a la tentación de dejarme caer, de abandonarme a mi suerte, poniéndome en manos de lo que se suponía que me perseguía a través del bosque. Todo habría sido más fácil, más rápido y menos doloroso si me hubiese ocultado detrás algún arbusto a esperar a que el destino me encontrase para sellar la sentencia ya firmada en el momento de mi nacimiento. Sin embargo seguí corriendo. Conseguí convencerme de que era demasiado joven para morir. Mi vida acababa de empezar hacía apenas unos pocos años, y no podía dejar que mis sombras me la arrebatase en la soledad del bosque. Era un final que no merecía.
     La lluvia seguía cayendo, el viento seguía soplando, y yo seguía corriendo. Podía notar las ramas romperse bajo mis pies, atravesando y desgarrando mi fina piel. El calor de la sangre en la planta de los pies era lo único reconfortante que podía encontrar en esos momentos. De vez en cuando mi pisada se clavaba en algo suave y crujiente que, quise suponer, eran hojas caídas de los árboles. Los arañazos y las heridas cubrían cada parte de mi cuerpo. Signos de la lucha contra toda clase de árboles y plantas que se interponían en mi carrera por llegar lo antes posible al pueblo y salir de aquel endiablado bosque.
     Hacía tiempo que los calambres habían abandonado mis piernas, y mis células entumecidas y agarrotadas por el frío y el miedo ya no eran capaces de sentir ni el más mínimo atisbo de dolor.
     Un rayo de esperanza me inundó de repente. Ya podía ver, en la lejanía, las primeras luces de las casas del pueblo. Estaba cansada y no sentía la mayor parte de mi cuerpo, pero la efímera visión de estar rozando con la punta de los dedos la salvación, la vida, me impulsó a seguir corriendo. Estaba cada vez más cerca de la victoria. No podía parar ahora. Sólo necesitaba la pequeña iluminación de una vela para ahuyentar a los monstruos que me perseguían.
     Pero entonces, apareciendo de la nada, algo se interpuso en mi camino, golpeándome de lleno en la boca del estómago. Caí al suelo semiinconsciente por el agudo dolor. Parecía que la endemoniada rama me hubiese traspasado por completo, y mi vista se nubló al tiempo que mis rodillas se doblaban y la vida escapaba lentamente por el vaho que salía de mi boca.
     De fondo, un leve sonido erizó mi piel y sentí cómo el flujo de la sangre disminuía su velocidad, a pesar del agitado golpeteo de mi corazón contra mis costillas. Eran ellos. Podía escuchar cómo se acercaban lentamente, ahora que sabían que estaba desprotegida. Sentí su aliento chocando contra mi empapada nuca, y conseguí darme la vuelta para huir justo cuando un rayo de luna se abría paso entre las nubes y las copas de los árboles. Y entonces los vi. Estaban todos. El Miedo, la Tristeza, la Soledad… Todos me rodeaban, clavándome sus ojos rojos como flechas en llamas a la tenue luz de la luna. La luna, que tantas veces había sido mi compañera y confesora, ahora me mostraba cruelmente el final de mi camino. Nada de lo que había hecho hasta entonces tenía ya sentido. Todas mis luchas por alcanzar mis sueños y mi salvación no habían servido más que para llevarme a morir a manos de mis monstruos, llenos de rencor y sedientos de venganza. Pero mi sufrimiento no acabaría tan fácilmente. Un nuevo rayo se abrió paso en mi cabeza, taladrando mis recuerdos y mostrándome la causa que me había llevado hasta allí.

Él. 

     Por él había abandonado mis miedos y mis monstruos. Por él me había arrancado las corazas, y había derrumbado los ladrillos que rodeaban mi corazón. Él me había devuelto la esperanza, la vida, y había jurado protegerme de Ellos. Pero él se había marchado. Él me había abandonado, dejándome sola y débil, llevándose la llave de mi corazón en su bolsillo, y dejando la puerta abierta.
     Ahora ya no había vuelta atrás. La furia y el rencor se habían apoderado de mí, mientras mis monstruos me acariciaban suavemente el pelo. Y de repente la muerte no se me antojó tan amarga. Él era el desencadenante de aquella situación. Sólo él y sus falsas promesas eran los culpables de mi muerte. Así que, por primera y última vez en mi vida, no luché, y me abandoné a mi destino, decidida a vivir “en paz” con los únicos que jamás me habían abandonado.

27 enero, 2014

Versos en las nubes

Ahora sí. Te has ido.
Te has marchado silenciosamente, sin despedirte, como tantas otras veces. Pero siento que esta no es como las demás. Hemos pasado mucho tiempo al borde del acantilado, salpicándonos de espuma y resbalando de vez en cuando, y ahora ya no estás a mi lado. La corriente ha debido arrastrarte, sin que hayas podido hacer nada para evitarlo, para intentar que las furiosas aguas no te apartasen de mí. O tal vez hayas encontrado un lugar mejor donde descansar. Sé que el acantilado no es lo mejor del mundo, pero llevo demasiado tiempo aquí, viviendo entre la luz del faro y de la luna, entre la vida y la muerte, con las olas arrancándome suspiros a cada gota, y me da pena abandonarlo todo ahora. No sé si sabría vivir fuera de este caos... A lo mejor debería haberte advertido cuando empezaste a acercarte a mí, pero temía que te asustases y que huyeses sin conocerme... Perdóname...
Mi única esperanza queda en que no te hayas ido por tu propia voluntad. No podría soportar la idea de que hayas preferido suicidarte a quedarte conmigo. Pero mi cabeza aún no puede asimilarlo.
¿De verdad te has ido? ¿De verdad esta vez no va a ser como antes, cuando me dejabas rota y abandonada y después volvías para reconstruirme? ¿De verdad cuando vuelva la vista atrás ya no voy a toparme con tu cálida mirada y tu imperfecta sonrisa?
En el fondo sé que me estás brindando la oportunidad de volver a ser libre, de volver a vivir por y para mí, sin preocupaciones, sin temores, sin ilusiones por el suelo, pero con mil y un sueños por cumplir. Pero se me hace raro ver tu silueta en la lejanía, y pensar que tu mirada ya no se volverá a posar en mis ojos, ni en mis labios, deseosa de respuestas. Se me hace raro verte aparecer por la puerta y, aún sabiendo que ya no soy la primera a la que buscas, tener que reprimir esa sonrisa que sale sola, por inercia.
Quién sabe, a lo mejor algún día yo también me atrevo a saltar del acantilado y a dejarme arrastrar por la corriente... De momento me sentaré a esperar a la Luna. Creo que esta noche va a ser mi única compañera, y espero que al menos quiera escucharme.
Y si por alguna razón tus ojos se topan con estas inconexas líneas, espero que mires atrás, y que todo lo que veas sean las hermosas cenizas de lo que pudo ser, pero por cobarde no fue.
Mientras tanto yo estaré aquí, escribiendo(te) besos versos en las nubes, para que si algún día, en algún futuro nos volvemos a encontrar, podamos mirar al cielo y leer en él las instrucciones del juego en el que un día entramos sin precaución, como los locos aventureros que fuimos, somos y algún día dejaremos de ser...

14 enero, 2014

Para Princesas con Monstruos

     Enormes palacios, lujosos vestidos, largas y sedosas melenas rubias, hermosos ojos azules, bailes a media noche, calabazas que se convierten en carrozas, príncipes azules cabalgando sobre blancos corceles...
     Todo esto, entre mil lujos y fantasías más, son las cosas "cotidianas" que, desde pequeñas, vemos que poseen las princesas. Todas soñamos, desde nuestra inocencia, con llegar a ser princesas algún día, y fantaseamos al imaginar el hermoso rostro del valeroso príncipe que se atreverá a derrotar a todos los dragones del mundo para llevarnos a su castillo de ensueño y casarse con nosotras.
     Sin embargo, existe otro tipo de Princesas. Tal vez no las hayas oído gritar desde lo alto de una torre encantada pidiendo auxilio, ni lucir una reluciente corona mientras paseaban en un gran carruaje.
     No. Estas princesas son diferentes. Son princesas sin cuento, sin grandes lujos ni ostentaciones, sin hadas madrinas que solucionen todos sus problemas. Son princesas de la vida real, de las que pasan desapercibidas a los ojos del mundo, con un ejército de dragones bajo la cama y sin príncipes que las protejan. Y es que tampoco los necesitan. Han aprendido a defenderse por sí mismas. La vida les ha enseñado cómo hacerlo, y si no me crees, búscalas. Tal vez no te hayas dado cuenta, pero seguro que tienes una princesa más cerca de lo que piensas.
     No la busques con el resto, hace mucho que huyó de las mentiras y los bailes de máscaras, y que empezó a compartir su día a día con la soledad de su incomprensión. Búscala allí donde nadie va, en la oscuridad de un pasillo solitario, al fondo de una biblioteca, detrás de un libro, admirando cualquier tipo de obra de arte, o perdida en algún parque intentando arrancar a las nubes todos los suspiros que le han robado, de espaldas al mundo.
     Búscala, la encontrarás, y posiblemente la encuentres en plena batalla. Si tienes suerte, tal vez la encuentres en una de esas habituales peleas en las que intenta dominar a sus monstruos, con la única ayuda de su valentía incurable y de su arco, disparando flechas emponzoñadas con irregulares versos, palabras mudas y sordos sentimientos.
     Y si cuando la encuentres eres capaz de ver más allá de la infinidad de su mirada vacía y de la sonrisa triste que adorna su cara, y si consigues distinguir entre el rosado de sus mejillas el rastro que las lágrimas de tinta han dejado con el paso del tiempo... Entonces...

¡ENHORABUENA!

Has encontrado a tu Princesa...


Esta entrada está dedicada a todas aquellas Princesas sin corona, ajenas al mundo que a veces les da la espalda, y sin sapos a los que besar para que se conviertan en príncipes. A todas aquellas Princesas de ojos tristes y sonrisas rasgadas, que ni siquiera ellas saben lo que son. A todas las que día a día luchan por dominar a sus monstruos antes de verse dominadas, y a las que, soñando despiertas, susurran a las nubes y encuentran en la Luna su más fiel confidente. 
No sufráis, Princesas. Sonreíd. Porque, al fin y al cabo, ¿quién necesita un príncipe teniendo un bosque lleno de aventuras por delante, y un arco para sobrevivir en la mano?

05 enero, 2014

Renacer

     Una gota de agua se desliza lentamente sobre la suave curva que constituye la infinidad de su inmaculada espalda, y un escalofrío recorre como un latigazo su cuerpo de arriba a abajo. De espaldas al espejo, se despoja de la pequeña toalla que cubre su piel morena, dejando al descubierto sus poco pronunciadas curvas femeninas, y seca con ella sus alborotados rizos castaños. Ese gesto siempre la relaja, y se toma su tiempo para desenredar su cabello con cuidado, esparciendo a su alrededor el perfume a flores silvestres de su champú.
     De fondo, los primeros acordes de The Scientist comienzan a relajar aún más el ambiente de la habitación. Coldplay siempre había sido su colchón en los momentos más duros, había ahogado sus lágrimas, y la había ayudado a serenarse y levantarse cuando sus monstruos amenazaban con atarla a la cama.
     Marcando unos pasos de baile al compás de la música, se dirige hacia su armario, y saca un precioso vestido vaporoso del color del cielo en verano. Está sin estrenar, pero hoy sabe que es un día especial, y merece la pena. Se siente viva, joven, alegre. Ha vuelto a recuperar las ganas de vivir, de ser niña y mujer al mismo tiempo, y hoy nadie podrá disuadirla de sus pensamiento. Por primera vez en mucho tiempo se ha levantado sonriendo, después de una noche sin pesadillas, y en seguida ha sabido que era la señal que estaba esperando para volver al mundo de los vivos.
     Con cuidado, empieza a colocarse un bonito conjunto de ropa interior de encaje. Se lo regalaron por su cumpleaños, y aún recuerda la cara de espanto que puso al sacarlo de la caja. Pero hoy empieza una nueva etapa en su vida, y esas braguitas, aunque sea una idea estúpida, le dan una extraña confianza en sí misma.
     Las canciones se van sucediendo una tras otra en el reproductor, mientras ella termina de vestirse. Conteniendo la respiración, se gira despacio para encontrarse con su reflejo en el espejo. Está preciosa. Estupefacta, se mira varias veces de los pies a la cabeza, fijándose en cada detalle con el que topan sus ojos.
     Sus ojos. Casi no se reconoce en ellos. Las sombras que los rodeaban han desaparecido, y ahora resalta mucho más el color dorado de sus pupilas, en perfecta combinación con el rosado de sus mejillas. La chica triste y apagada que se refugiaba en su habitación ha desaparecido. Todas las lágrimas derramadas la han hecho crecer, la han purificado, la han ayudado a madurar, aunque ahora sí que vuelve a tener 17 años.
     Con paso firme se dirige hacia la puerta. Está nerviosa, emocionada. Parece que ha vuelto a nacer. Está radiante, y lo sabe. Abre la puerta y respira el aire fresco que se cuela, furtivo, hasta el fondo del pasillo, alborotando sus rizos y arrancando en ella una tímida carcajada. Se sorprende al escuchar su propia risa, que hacía tiempo que no aparecía por su vida, y con los ojos cerrados deja que su piel absorba cada rayo de luz.
     Por fin abre los ojos y observa detenidamente la calle. Antes tenía miedo, ahora no. Y con su vestido nuevo, sus rizos al viento y una sonrisa en la cara se decide a dar el primer paso, dispuesta a empezar a recorrer su propio camino y a no desaprovechar la nueva oportunidad que la vida le estaba dando.