02 septiembre, 2013

Despierta

     Escucha. ¿Oyes eso? Es tu vida, que te está esperando a la puerta de tu habitación mientras tú remoloneas entre las sábanas, intentando arañar unos segundos más de paz y sosiego.
     Despierta. Abre los ojos. La luz entra por la ventana y te daña los ojos, que aún se resisten a abrirse, después de una larga noche oscura, de insomnio y lágrimas derramadas cálidamente sobre la almohada.
     Deshazte de las sábanas que te escudan y te protegen durante la noche. Es de día, ya no las necesitas. No hay nada a tu alrededor de lo que tengas que esconderte o huir. Sólo tú, en tu habitación, tu fortaleza.
     Sal de la cama. Posa tus pies lentamente sobre el suelo. Está helado, pero no vuelvas atrás, déjalos que respiren y que se paseen a sus anchas por la habitación. Sin pantuflas. Sólo siente el suelo bajo tus pies. Suave y firme bajo tus pies.
     Dirígete a la ventana. Ábrela y observa la ciudad a tus pies. Mañanera, perezosa. Poco a poco va despertando para empezar el día y llenar sus calles de actividad y misterios que se enredan a cada esquina, deseosos de ser descubiertos, de ser puestos a los ojos del mundo. Corre un aire fresco y algunas nubes se dibujan en el horizonte. Esponjosas guardianas del secreto que encierra el final del verano.
     Cierra los ojos. No sientas. No pienses. Sólo respira, y llena tus pulmones de ese aire frío y cortante que clava agujas y te pincha al abrirse paso hasta el fondo de tu alma. Pero no importa. Sigue respirando. Lentamente. Te estás renovando, cambiando el aire podrido y contaminado de la noche por otro limpio y nuevo que te hará rejuvenecer, y volver a tu más tierna infancia.
     Abre los ojos. Ahora la ciudad te mira. Está más despierta, más activa, más feliz. Te está esperando, pendiente de ti, para que recorras sus calles y desveles sus misterios. La ciudad se pone a tus pies. Es tuya. Tu ciudad.
     Ahora dirígete al baño. Sintiendo cada paso bajo tus pies. No corras, no tienes prisa. El mundo te espera tras la puerta, pero tienes toda tu vida para ir en su busca.
     Abre el grifo. Deja el agua correr unos segundos, y después empápate las manos, la cara, los brazos. Deja que el agua termine de borrar todas la huellas que la noche ha marcado en tu rostro. Frótate bien. Unas pocas gotas no sirven.
     Levanta la cabeza. Obsérvate en el espejo. Eres tú, sí. No busques más. Estás ahí, frente a frente. Sólo tú, contigo. Recorre cada rasgo de tu cara, cada arruga, cada poro. No dejes ningún milímetro por fotografiar en tu mente. Ahora vuelve a mirarte y gústate.
     Por último sonríe. Ahora sabes quién eres y cómo eres. Y te gusta. Te sientes segura de ti misma. Puedes con todo. Sigue sonriendo. El mundo te espera sólo a ti. Hoy es para ti.
     Ahora estás preparada para empezar un nuevo día... TU día.

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