03 mayo, 2018

¿Y con las decepciones, qué?

A veces las cosas en la vida no salen como esperamos

Nos quejamos del paso del tiempo, del cambio de las personas. Creemos vivir cada día al límite, y desperdiciamos nuestras cortas horas de vida con cosas que no tienen ninguna trascendencia y con personas que, en lugar de llenarnos, sólo nos ponen una etiqueta para hacernos creer lo que no somos en realidad. Día tras día, una y otra vez, y en resumidas cuentas nuestras vidas pasan sin observar el más mínimo atisbo de cambio y desarrollo.

Reímos, bailamos, cantamos, nos abrazamos, lloramos...
Y nos decepcionamos.

Porque vivimos con la cabeza puesta en lo que queremos que el resto de personas sean, en lugar de abrir los ojos, acercarnos despacio, asomarnos tímidamente por un agujerito y descubrir cómo son las personas que nos rodean en realidad.

Y no nos decepcionamos porque tengamos grandes expectativas, sino porque ponemos nuestras esperanzas e ilusiones en cosas que ni siquiera sabemos si son posibles de realizar.

Qué fácil sería todo si el viento no nos sorprendiera nunca de cara, haciendo saltar las lágrimas de nuestros ojos y alborotando nuestros cabellos. Qué bien se vería la vida si el sol saliera cada mañana a despertarnos y si fuese suficiente con soñar a la luz de la luna para que nuestros sueños se cumpliesen. Todo sería más fácil si fuésemos perfectos y si supiéramos la forma correcta de actuar en cada momento de nuestra vida.

Una vida con manual de instrucciones.

Sin embargo, no lo somos. No somos perfectos, y no sabemos cómo hacer que los cimientos de nuestros castillos no se caigan cuando sople un vendaval, y tampoco sabemos cómo huir de la decepción.

Y nunca lo sabremos.

Porque de las decepciones no se huye, las decepciones se afrontan y se aprende de ellas, porque son imprevisibles e inevitables. No podemos evitar decepcionarnos con cosas, lugares e incluso personas, porque en lugar de conformarnos con lo que tenemos, siempre queremos y buscamos más, y ponemos nuestras esperanzas en cosas y en personas a las que idealizamos, en vez de afrontar nuestra pequeñez y ver a cada persona y a cada cosa como realmente son, y no como nosotros queremos que sean.

Es difícil salir de esa zona de confort en la que todos vivimos ciegos y felices, pensando que el mundo gira a nuestro alrededor y que todo en él está hecho a nuestra justa medida. Pero por muy difícil que sea, debemos afrontar la inseguridad y salir de allí corriendo, lo más rápido que podamos, antes de que el Señor Egoísmo nos devore entre sus dientes lentamente. Porque hace ya bastantes siglos que una mente privilegiada se atrevió a salir de su zona de confort, a mirar más allá de sus narices y a decir que la tierra no era el centro del universo, y que no somos más que un pequeñísimo punto perdido en la inmensidad del espacio.

Pues bien, afrontemos que no somos más que un punto, y que no hay puntos más grandes y puntos más pequeños, ni puntos que giran alrededor de otros puntos. Simplemente somos como los granos de arena que la brisa seca del mar hace volar en las noches cálidas de verano.

Dejémonos llevar por el viento, disfrutando de lo que cada nuevo día ponga a nuestro alrededor. Objetos, lugares, ilusiones, pensamientos y personas de las que tenemos que intentar conocer lo máximo posible y disfrutar en el menor tiempo posible, porque no sabemos cuánto tardarán en cambiar los vientos y cuánto tiempo nos acompañarán en nuestro caminar.

No podemos ser capaces de controlarlo todo, y ni siquiera deberíamos pensar en la posibilidad de hacerlo, porque es imposible, y creer en imposibles siempre llevará a decepciones. No podemos evitarlas, porque siempre habrá algo a nuestro alrededor que nos va a decepcionar. Pero eso no significa que no sea para nosotros, o que esa persona ya no quiera seguir viajando a nuestro lado. Simplemente significa que nuestros vientos han cambiado sus direcciones y que ya no soplan a la par.

¿Y por qué no, en lugar de guardar rencor a esa persona, comprendemos que viajamos en distintas corrientes de viento? ¿Y por qué no, en lugar de dar más importancia a este hecho que nos hace diferentes, intentamos acentuar las cosas que nos unieron cuando viajábamos juntos? ¿Por qué nos empeñamos en ir en contra del viento y en buscarle la quinta pata a la silla, en lugar de disfrutar de las cuatro que podemos ver con certeza que son existentes y que nos proporcionan la seguridad que necesitamos?

Las cosas no pueden salir siempre como uno quiere, porque no depende de él, sino de la dirección en la que sople su viento. Y si nos decepcionan las personas que viajaron con nosotros y de repente ya no están, no pongamos el acento en nuestra única diferencia, pongámoslo en aquello que nos hizo ser felices junto a esa persona, en las cosas con las que disfrutábamos y en aquello que nos hacía similares y que nos unía. Porque esa será la única forma de que nuestros vientos puedan volver a soplar a la par, y la única forma de volver a disfrutar con esa persona cuando el momento de volver a cruzarnos llegue.

Podemos sufrir muchas decepciones en nuestras vidas, pero si no las afrontamos, jamás dejaremos de sufrir, y jamás dejaremos de perder grandes momentos con grandes personas. Todo depende de nuestra forma de afrontar las decepciones, y de la fuerza que hagamos para que nuestro viento sople en una u otra dirección.

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