15 diciembre, 2013

Perdidos en el juego

     Como dos desconocidos, entramos en el juego.
     Como dos almas inocentes, infantiles. Olvidando leer las instrucciones, inventando nuestras propias reglas. Deseosos de jugar, dejamos de lado el tablero, las piezas, las preguntas...
  
Solos y YO

     Y nos dispusimos a comenzar, arrojando nuestras cartas sobre la mesa. Sin mentiras, sin trucos. Disfrutando de cada mano, hasta ver cómo la Luna se escondía, cansada, y el Sol daba paso a un nuevo día. A una nueva parte del juego.
     Por turnos, íbamos construyendo nuestras murallas, buscando la manera de derribar la del contrario, de dejar al descubierto todas sus estrategias. Sin normas que nos atasen (o que nos guiasen). Tú tiras, yo tiro. Y así fuimos avanzando en el juego. Aficionándonos cada vez más, nos fuimos adentrando en la oscura cueva donde (nos gustaba pensar) se encontraba el Tesoro. Un Tesoro tal vez inexistente, tal vez invisible a los ojos de la Inocencia...
     Como dos locos, caminando a ciegas, nos fuimos alejando de la salida. Recorriendo como pares los pasillos cada vez más estrechos, sin importarnos la existencia del mundo exterior. Sin caer en la cuenta de que a lo mejor al final del túnel no había luz.
     Abandonamos toda posibilidad de rendirnos. Tú, orgulloso. Yo, orgullosa. Continuamos jugando, pensando que uno de los dos ganaría, cuando la única posibilidad era la de quedar los dos perdedores.
     Y ahora a nosotros, pobres inocentes, ¿quién nos sacará del juego que empezamos aquella noche con el único propósito de matar nuestro aburrimiento y nuestra soledad unas cuantas horas?

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