23 diciembre, 2013

Castillos en el aire

     Otra vez la misma sensación.
     La misma angustia recorriendo de punta a punta su cuerpo.
     Los mismos fantasmas traicioneros, que regresaban a pasear entre las paredes de su humilde habitación. Tal vez la última vez que la visitaron no se quedaron conformes. No fue suficiente el daño que le hicieron, así que han decidido volver, otra vez, colándose por debajo de la puerta, invadiendo el poco aire que le quedaba para seguir viviendo, drogándola a base de recuerdos inexistentes y de ilusiones rotas.
     Y es que, en el fondo, lo sabía. Lo tenía merecido. Había pasado meses desafiando al destino, jugando con él, plantándole cara a su conciencia, batallando en la guerra que se libraba entre su mente y su corazón, haciendo oídos sordos a su razón, que le repetía día y noche que eso no iba con ella, que abandonase, que siguiese con su vida y se olvidase de todo lo que había ocurrido. Pero ella, tozuda como era, no desistió. Se aferró con uñas y dientes a un rayo ficticio de esperanza.Y ahí estaba ahora, frente al espejo. Rota en mil pedazos, como sus ilusiones.
     Ya no recordaba lo que era sonreír, y las lágrimas habían borrado todo signo rosado de sus mejillas. Y sus ojeras destacaban sobre su tez blanca. Blanca, como la nieve que cubría los parques y jardines de aquella triste ciudad en aquella época del año. Blanca, como la escarcha que los recuerdos habían hecho crecer en su corazón. Un corazón antes ardiente, ahora congelado, magullado, moribundo, que se había hecho a la idea de que, por una vez en su corta vida, podría resultar vencedor en aquella guerra.
     Pero se equivocaba. Al igual que se equivocaba ella al pensar que habría alguien dispuesto a apostar por ella, a enamorarse de ella.
     Había jugado con sus ilusiones, como una niña pequeña que juega a vestir a sus muñecas, y no se había percatado de éstas eran frágiles. No había sido cuidadosa. Había construido castillos en el aire con ellas. Cortinas de humo que enmascaraban su triste realidad. Se había aferrado a un rayo de esperanza casi inexistente, y ese rayo se había cortado, había desaparecido, se había esfumado, llevándose con él el humo de sus ilusiones y derribando los castillos que había construido.
     Y ahora sólo le quedaba llorar. Llorar y refugiarse en su guarida. Volvía a ser la triste chica del fondo a la izquierda. La de las ilusiones por el suelo y la cabeza en las nubes. La de las lágrimas en los ojos y la sonrisa en el olvido. La que dormía con fantasmas y se cubría con recuerdos...
     Esa...

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