05 enero, 2014

Renacer

     Una gota de agua se desliza lentamente sobre la suave curva que constituye la infinidad de su inmaculada espalda, y un escalofrío recorre como un latigazo su cuerpo de arriba a abajo. De espaldas al espejo, se despoja de la pequeña toalla que cubre su piel morena, dejando al descubierto sus poco pronunciadas curvas femeninas, y seca con ella sus alborotados rizos castaños. Ese gesto siempre la relaja, y se toma su tiempo para desenredar su cabello con cuidado, esparciendo a su alrededor el perfume a flores silvestres de su champú.
     De fondo, los primeros acordes de The Scientist comienzan a relajar aún más el ambiente de la habitación. Coldplay siempre había sido su colchón en los momentos más duros, había ahogado sus lágrimas, y la había ayudado a serenarse y levantarse cuando sus monstruos amenazaban con atarla a la cama.
     Marcando unos pasos de baile al compás de la música, se dirige hacia su armario, y saca un precioso vestido vaporoso del color del cielo en verano. Está sin estrenar, pero hoy sabe que es un día especial, y merece la pena. Se siente viva, joven, alegre. Ha vuelto a recuperar las ganas de vivir, de ser niña y mujer al mismo tiempo, y hoy nadie podrá disuadirla de sus pensamiento. Por primera vez en mucho tiempo se ha levantado sonriendo, después de una noche sin pesadillas, y en seguida ha sabido que era la señal que estaba esperando para volver al mundo de los vivos.
     Con cuidado, empieza a colocarse un bonito conjunto de ropa interior de encaje. Se lo regalaron por su cumpleaños, y aún recuerda la cara de espanto que puso al sacarlo de la caja. Pero hoy empieza una nueva etapa en su vida, y esas braguitas, aunque sea una idea estúpida, le dan una extraña confianza en sí misma.
     Las canciones se van sucediendo una tras otra en el reproductor, mientras ella termina de vestirse. Conteniendo la respiración, se gira despacio para encontrarse con su reflejo en el espejo. Está preciosa. Estupefacta, se mira varias veces de los pies a la cabeza, fijándose en cada detalle con el que topan sus ojos.
     Sus ojos. Casi no se reconoce en ellos. Las sombras que los rodeaban han desaparecido, y ahora resalta mucho más el color dorado de sus pupilas, en perfecta combinación con el rosado de sus mejillas. La chica triste y apagada que se refugiaba en su habitación ha desaparecido. Todas las lágrimas derramadas la han hecho crecer, la han purificado, la han ayudado a madurar, aunque ahora sí que vuelve a tener 17 años.
     Con paso firme se dirige hacia la puerta. Está nerviosa, emocionada. Parece que ha vuelto a nacer. Está radiante, y lo sabe. Abre la puerta y respira el aire fresco que se cuela, furtivo, hasta el fondo del pasillo, alborotando sus rizos y arrancando en ella una tímida carcajada. Se sorprende al escuchar su propia risa, que hacía tiempo que no aparecía por su vida, y con los ojos cerrados deja que su piel absorba cada rayo de luz.
     Por fin abre los ojos y observa detenidamente la calle. Antes tenía miedo, ahora no. Y con su vestido nuevo, sus rizos al viento y una sonrisa en la cara se decide a dar el primer paso, dispuesta a empezar a recorrer su propio camino y a no desaprovechar la nueva oportunidad que la vida le estaba dando.

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