Un tiempo después…
La luz de la luna sobre el mar bañaba sus
cabellos mecidos por el viento, dando a su color azabache unos destellos
platinos que resaltaban las delgadas líneas de sus rizos.
Sobre el acantilado, el Faro, cuyos
intermitentes rayos de luz se mezclaban con los claros de la luna entre las
olas. Esto creaba un aura a su alrededor que le hacía asemejarse al ángel de la
guarda con el que todos alguna vez en nuestra vida hemos soñado. Tal vez si
hubiésemos afinado un poco la vista, nos hubiésemos percatado de las dos
manchas oscuras que marcaban la parte superior de su espalda. Tal vez
hubiésemos podido vislumbrar, con la ayuda de la luna, que de esas dos manchas
parecían surgir dos enormes formas de un blanco casi transparente, que la
resguardaban desde lo más alto de su cabeza hasta los pies.
Bajo la sedosa tela color marfil podían
apreciarse las suaves líneas de su cuerpo, marcando los abismos de su espalda y
de sus piernas. Dibujando su esbelta silueta salpicada de las tímidas gotas de
agua que abandonaban el mar para formar parte de su vestimenta por un corto
plazo de tiempo.
Suavemente la brisa del mar iba
rodeando y acariciando su cuerpo, al tiempo que la luna se reflejaba en sus
pupilas. Un vacío de paz y tranquilidad se asomaba a las oscuras cuencas de sus
ojos, resaltando la palidez de esas mejillas un día sonrosadas.
Poco a poco, el viento susurrante bajo la
dirección del Faro que la había atado para siempre a él y a la isla, le iba
rebelando los secretos de aquella noche. Sus últimos recuerdos, de los que ella
no había sido consciente. Primero, el chirrido de la enorme puerta de roble al
abrirse, después de tantos años anclada a las paredes de la majestuosa
estructura; la oscuridad del interior, rota sólo por un tímido rayo de sol que
se filtraba entre dos de las rocas que ocupaban sus puestos en la parte alta de
la pared; la también oscura y corrompida escalera, que se perdía en las
alturas; sus pasos arrastrados sobre los débiles escalones a punto de
desintegrarse por el uso y el paso del tiempo; el latigazo del aire helado
sobre su cara, despeinando con furia sus oscuros rizos en las alturas; el
platinoso destello de la luna, ahora un poco más cercana, alargando su sombra
sobre las rocas del acantilado; la hipnotizadora melodía del mar rompiéndose en
burbujas de espumas bajo sus pies; el silbido del viento en sus oídos,
complementando a la fuerza atractiva de la gravedad; el fuego de las heridas
abriendo paso a la calidez de su sangre; sus músculos agarrotados al tiempo que
la purificadora agua del mar acolchaba el sonido de sus huesos al romperse…
Y después silencio…
Tranquilidad…
Paz…
A los pies del Faro, un último suspiro
escapa al abismo de sus labios, regalando al viento su juventud, su vitalidad,
su belleza, su vida…
Convirtiéndola en eterna al ritmo de las
olas…
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