22 octubre, 2013

El Faro (II)

Un tiempo después…

     La luz de la luna sobre el mar bañaba sus cabellos mecidos por el viento, dando a su color azabache unos destellos platinos que resaltaban las delgadas líneas de sus rizos.
     Sobre el acantilado, el Faro, cuyos intermitentes rayos de luz se mezclaban con los claros de la luna entre las olas. Esto creaba un aura a su alrededor que le hacía asemejarse al ángel de la guarda con el que todos alguna vez en nuestra vida hemos soñado. Tal vez si hubiésemos afinado un poco la vista, nos hubiésemos percatado de las dos manchas oscuras que marcaban la parte superior de su espalda. Tal vez hubiésemos podido vislumbrar, con la ayuda de la luna, que de esas dos manchas parecían surgir dos enormes formas de un blanco casi transparente, que la resguardaban desde lo más alto de su cabeza hasta los pies.
     Bajo la sedosa tela color marfil podían apreciarse las suaves líneas de su cuerpo, marcando los abismos de su espalda y de sus piernas. Dibujando su esbelta silueta salpicada de las tímidas gotas de agua que abandonaban el mar para formar parte de su vestimenta por un corto plazo de tiempo.
     Suavemente la brisa del mar iba rodeando y acariciando su cuerpo, al tiempo que la luna se reflejaba en sus pupilas. Un vacío de paz y tranquilidad se asomaba a las oscuras cuencas de sus ojos, resaltando la palidez de esas mejillas un día sonrosadas.
     Poco a poco, el viento susurrante bajo la dirección del Faro que la había atado para siempre a él y a la isla, le iba rebelando los secretos de aquella noche. Sus últimos recuerdos, de los que ella no había sido consciente. Primero, el chirrido de la enorme puerta de roble al abrirse, después de tantos años anclada a las paredes de la majestuosa estructura; la oscuridad del interior, rota sólo por un tímido rayo de sol que se filtraba entre dos de las rocas que ocupaban sus puestos en la parte alta de la pared; la también oscura y corrompida escalera, que se perdía en las alturas; sus pasos arrastrados sobre los débiles escalones a punto de desintegrarse por el uso y el paso del tiempo; el latigazo del aire helado sobre su cara, despeinando con furia sus oscuros rizos en las alturas; el platinoso destello de la luna, ahora un poco más cercana, alargando su sombra sobre las rocas del acantilado; la hipnotizadora melodía del mar rompiéndose en burbujas de espumas bajo sus pies; el silbido del viento en sus oídos, complementando a la fuerza atractiva de la gravedad; el fuego de las heridas abriendo paso a la calidez de su sangre; sus músculos agarrotados al tiempo que la purificadora agua del mar acolchaba el sonido de sus huesos al romperse…
     Y después silencio…

     Tranquilidad…

     Paz…

     A los pies del Faro, un último suspiro escapa al abismo de sus labios, regalando al viento su juventud, su vitalidad, su belleza, su vida…
    

     Convirtiéndola en eterna al ritmo de las olas…  

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