22 marzo, 2019

Flores



Recuerdo la primera vez que olí las flores.
Era primavera. Mayo, tal vez.
Era un día soleado, y había salido al campo después de la comida.
Como arrastrados por la fuerza gravitatoria del horizonte, mis pies se pusieron a caminar entre la hierba por los caminos dibujados con esmero durante los extensos años de labranza.
No recuerdo en qué momento me vi envuelta por un mar de amapolas silvestres.
Todas rojas. Todas jóvenes. Todas orgullosas de poder alzar su cabeza en el silencio y bailar al ritmo de la suave brisa.
Todas dejándose llevar. Todas libres.
Entonces cerré los ojos, y el viento suave de las tardes de primavera llevó a mis mejillas el color de las amapolas, inundando mi sonrisa con su olor.
Y en ese momento sentí cómo era la primera vez que mi alma olía las flores, y saltaba de alegría en el silencio.
Joven. Orgullosa. Libre.

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